martes, 11 de diciembre de 2012

al despertar


A veces me levanto y no existo.
Entra el sol, todo brilla demasiado, me doy una ducha y cuido pequeños detalles de mi presentación, lo que me distingue de quien se deja morir. Pero me levanté muerta.
Voy a salir a la calle, en unas pocas horas, que son pocas porque no quisiera, pero debo, no se por qué. No quiero avivar a nadie, voy a hacer como si nada pasara. Pero voy a salir a morir un día mas.
Y no es muy difícil de entender, la comida no tiene gusto y la música, eso si, la música me acompaña a la perfección, no me deja de abrazar en esta muerte que no queremos evitar.
Mis ojos ya no están tan cansados, y van a resignarse una vez mas a leer líneas que de nada me sirven, al menos a esta yo que lo sufre, a la caja que habla con la gente a veces hasta le pone una firma mas en la libreta.
Se lo que siento al respecto, pero cada vez son menos los momentos en que quiero subirme a ese barco, que veo cómo hacerlo, que no me importa por qué lo quiero.
Y a esa otra ciudad, a la que no me animo a entrar, a veces porque el clima no me favorece a las alergias a las que estoy acostumbrada, y otras tantas porque no se que ponerme, porque esos detalles a veces también  son el acompañante fóbico, son la materialización ficticia de dar con la talla, y sirve, todo sirve en esta mente hecha flecos.
Y así, por escribirlo quizás pueda llorarme un poco, en el absurdo de despedir a quien no se va, pero va a morir a diario, mientras las cosas no quieran cambiar, mientras no se niegue un día a amanecer sin la parca, cuando esa caja sea mas que un homenaje a lo que la gente quiere que sea, a lo que yo me resigno a fingir querer ser.